Impresionante y brutal son las primeras palabras que me vienen a la mente para describir cómo me he sentido tras leer la última página de la Ira de los Justos. Yo, que soy de las que ve las críticas en las solapas de los libros con frases como “Imprescindible” “Obra maestra” “Un libro que te emocionará” y piensa que suenan a eslogan barato y ya veremos qué tal es en realidad. Si yo tuviera que describir en una palabra los tres libros que componen el particular apocalipsis zombi de Manel Loureiro dudaría entre el “Impresionante” y “Brutal” y me sentiría satisfecha con mi valoración.
Antes de empezar por el principio (que es lo que se debe hacer en estos casos), necesito hacerlo por el final. Un final que desde su capítulo 44, quizás, es vertiginoso, no te deja separar los ojos de sus palabras. Los hechos se suceden sin pausa, sin respiro, la desgracia es inminente y necesitas saber. No puedes parar. Y cuando alcanzas el objetivo, esas tres letras que te indican que tu viaje ha finalizado te sientes eufórica. Parece que quien lleve un chute de Cladoxpan seas tú. Has llegado al final. Pero conforme pasa el rato piensas: “Ha acabado”. No hay más y como toda gran obra te deja un vacío seguido de un ¿y ahora qué?. Brutal, impresionante. Pero no hay más, y te da pena.